miércoles, 17 de diciembre de 2025

Cuando la sensibilidad puede convertirse en un problema

 

La sensibilidad a veces se confunde con fragilidad, pero es una fuerza distinta: la de percibir lo sutil, de entender sin que se diga, de conectar de verdad. Sentir no es un error. Es un don, una fortaleza.

Ps. Rocxana Croce P.

La sensibilidad es esa capacidad de percibir y sentir con intensidad lo que ocurre en uno mismo y en los demás— no es algo negativo en sí misma. De hecho, bien gestionada, es una fortaleza: potencia la empatía, la creatividad y la conexión humana.

Pero, como toda cualidad, puede volverse problemática cuando pierde su equilibrio.

La sensibilidad es como tener un micrófono muy potente para percibir emociones; el problema no es el micrófono, sino que el volumen esté tan alto que todo suene como un estruendo.

 

¿Cuándo la sensibilidad puede convertirse en un problema?

1.  Cuando hay una sobrecarga emocional constante y afecta la salud emocional.

Si La persona siente y procesa todo con tanta intensidad, si reacciona con angustia, llanto o ansiedad de forma muy frecuente, esto lo agota física y mentalmente, incluso con incluso síntomas psicosomáticos.

2. Cuando limita la capacidad de tomar decisiones, porque la intensidad de las emociones impide actuar o evaluar con claridad Y El miedo a herir a otros o a equivocarse frena las acciones necesarias. también cuando de por medio hay exceso de autocrítica o duda permanente.

3. Cuando interfiere con las relaciones, si te cuesta manejar comentarios, si Se interpretan como ataques o criticas las cosas mínimas, o desacuerdos y eso provoca conflictos constantes y Se acumulan resentimientos por sentirse constantemente herido.

4. Cuando la sensibilidad se convierte en hipervigilancia, la persona está en Estado de alerta ante posible críticas, rechazos o conflictos y provoca el aislamiento y/o evitación de interacciones. Aumenta la vulnerabilidad al estrés las pequeñas variaciones en el entorno (los ruidos, cambios de planes, gestos) que desestabilizan mucho.

5. Cuando el dolor ajeno paraliza Y sentimos que el sufrimiento de otros se absorbe como propio, lo que revela en la dificultad para poner límites sanos.

 

Entonces, cómo equilibrar la sensibilidad

1ro. Es necesario Fortalecer nuestros recursos internos, ayudándonos de técnicas de regulación emociona como el mindfulness, la respiración diafragmática.

2do. Aprender a filtrar las situaciones porque no todo requiere la misma carga emocional ni la misma respuesta.

3ro. Poner límites claros en el momento adecuado, diferenciando nuestra empatía de la carga emocional ajena.

4to. Desarrollar el asertividad en nuestras interacciones sociales, expresar lo que se siente sin herir y sin callar lo importante.

5to. Buscar espacios seguros para descargar y procesar lo sentido. En la privacidad y el lugar seguro que más nos permita soltar emociones.


Como vemos, la sensibilidad en sí misma no es un problema; de hecho, es una cualidad valiosa porque nos permite conectar con los demás, percibir los diferentes matices emocionales y apreciar lo bello o lo significativo.

Se vuelve un problema cuando empieza a generar malestar intenso o limitaciones en la vida diaria.

En psicología, esto no significa que “ser sensible” sea malo, sino que quizá se necesita aprender a regular la intensidad emocional para que la sensibilidad siga siendo una fortaleza y no un peso.

La sensibilidad en estos tiempos —con pantallas que no se apagan, noticias que nos bombardean, redes sociales que amplifican todo y una velocidad de vida que casi no da respiro— es como tener la piel sin filtro: se perciben más matices, pero también más ruido.


Gestionarla hoy requiere más estrategia que nunca, porque el entorno moderno estimula, sobrecarga y exige reacción inmediata.


Veamos algunas recomendaciones para gestionar la sensibilidad:

1. Seleccionar el flujo constante de los estímulos.

En ese sentido es importante Regular el consumo de noticias, no es necesario enterarse de todo, todo el tiempo. Porque eso hace daño en general.

Hay que dejar de seguir redes sociales que generen ansiedad o incidan en cosas excesiva.

Ayuda mucho permitirnos pequeñas desconexiones conscientes durante el día, programando “micro silencios” digitales (ej. 10 minutos sin teléfono varias veces al día).

2. Aprender a desacelerar en medio de la prisa

Desarrollar las rutinas de pausa: como practicar comer sin pantallas, dormir sin el teléfono cerca, caminar sin escuchar noticias.

Practicar el Mindfulness adaptado a la vida real: no solo meditar 20 minutos, sino detenerse 30 segundos para sentir la respiración antes de responder un mensaje.

Técnicas de anclaje rápido usadas comúnmente en Programación Neuro-Lingüística (PNL), permiten acceder a estados emocionales específicos mediante la asociación de un estímulo (el ancla) con la experiencia de ese estado, por ejemplo el  sentir los pies en el suelo, relajar los hombros, observar un punto fijo, Imaginar (visualizar) una imagen que represente el estado deseado. Presionar suavemente el pulgar contra el índice, Decir una palabra clave en voz baja.

 Practicarlos reduce el estrés y la ansiedad, mejora de la gestión emocional, aumento de la confianza y la motivación. 

3. Cuidar la energía emocional

Es necesario tener límites claros: no absorber conversaciones tóxicas o discusiones digitales eternas.

Mantener una distancia saludable con el drama: no todo lo que pasa requiere una respuesta emocional inmediata.

Y recordar que la empatía no es sacrificio: se puede sentir con el otro sin quedar agotado.

4. Reinterpretar la sensibilidad como fortaleza

Canalizarla hacia proyectos creativos, voluntariado o actividades que conecten con un propósito.

Transformar lo que duele en algo que inspire: desarrollar la escritura, arte, conversación, acompañamiento.

5. Redefinir el autocuidado

En un mundo que valora la rapidez, la sensibilidad puede recordarnos el valor de la profundidad.

El autocuidado ya no es un lujo, es una estrategia de supervivencia emocional.

Incorporar momentos de conexión real: observar, mirar a los ojos, reír sin filtros, escuchar sin prisa.


Decir que “la sensibilidad no es debilidad” es romper un mito que, por décadas, ha hecho que muchas personas escondan su forma genuina de sentir.

La sensibilidad como fortaleza implica aceptar que es parte de tu identidad, no algo que corregir.

Conlleva entrenarnos en la regulación emocional, para que la intensidad no nos desborde.

Implica elegir entornos y personas que valoren tu forma de sentir.

La sensibilidad puede ser una brújula para tomar decisiones más humanas y conscientes.

 


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