“Lo que no me destruye, me hace más fuerte.” Friedrich Nietzsche.
Ps. Rocxana Croce
Estamos viviendo tiempos de crisis, tiempos de incertidumbre, de inseguridad, de estrés, de pérdidas importantes y significativas.
El que menos ha sido tocado de una u otro forma por la
pérdida, y lo más doloroso han sido las pérdidas de personas queridas que han
fallecido, no pudiendo incluso haber sido asistidos en su enfermedad, incluso
en muchos casos, ni verlos ni despedirse de ellos como sería lo más justo y humano.
La experiencia de pérdida de libertad también se está viviendo
debido al confinamiento, para evitar situaciones de aglomeración, de lugares o
espacios donde pudiéramos contagiarnos, y eso también va de la mano con nuestra
propio autocuidado y criterio personal. ¿Nos cuidamos o relajamos?
Nuestra vida se ha visto alterada por esta crisis pandémica
en todas sus dimensiones: de salud (mental y física), de trabajo, de estudio,
de proyectos, planes, de vida familiar, de pareja etc.
La tendencia al auto-abandono, como el descuido personal
(higiene), la desorganización (abandono de horarios, procrastinar),
desmotivación y desanimo, pueden llevar a adoptar un estilo de vida que genere
desadaptación y termine perjudicando más a la persona.
En medio de esta ruleta de expectativas e incertidumbres, es
importante permitirnos sentir todas las emociones: tolerar la frustración, permitirnos
el malestar; generar y disfrutar de las emociones que nos generan bienestar y optimismo.
Pero damos cuenta también que esta crisis nunca antes vista
en la humanidad por la magnitud del desastre, supone de parte de cada ser
humano un gran reto: encontrar nuestro propio sentido de vida.
La adversidad existe, forma parte de la vida y aparece cuando
menos lo esperamos: las enfermedades, las perdidas, las dificultades, están
presentes desde todos los tiempos.
Reconocer esta realidad, aceptarla y prepararnos para
afrontarla de la mejor manera posible, es vital para nuestro equilibrio y
bienestar.
Resistir
La resiliencia está en las personas de manera potencial, como
una reserva, y se muestra en nuestras actitudes y acciones cotidianas. Todos la
podemos construir y trabajar para desarrollarla.
La resiliencia es la capacidad que tenemos para afrontar la
adversidad y salir transformados de la experiencia.
Pero también tenemos que decir que ser resiliente no
significa ser siempre fuertes y no tener momentos de duda.
Como dijimos líneas arriba, es necesario aceptar nuestras
emociones de miedo e inseguridad; de incertidumbre y desconfianza, pero
buscando alternativas de solución, obteniendo un aprendizaje de la adversidad,
de esa travesía difícil y dolorosa pero que enfrentamos y como resultado vamos construyendo
una mayor resiliencia.
¿Y cómo podemos desarrollar nuestra resiliencia?
Podemos trabajar para que nuestra capacidad resiliente crezca
y nos ayude a afrontar mejor lo que nos ocurre, a través de nuestras actitudes
y acciones cotidianas.
Mirar de frente lo adverso, sacando y creando nuestras
mejores herramientas para afrontarlo.
Podemos además regular nuestras emociones, conectar con nuestras
fortalezas, reconocer y fortalecer nuestros valores y principios como la generosidad,
compasión, empatía.
Afianzar nuestras relaciones sanas, cálidas que nos sumen a
nuestras vidas y evitar aquellas tóxicas o que nos desgasten emocionalmente.
Tener una nueva visión de vida valorando más aquello que
antes dábamos por sentado.