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No estamos entrenados
para vivir una experiencia de grandes magnitudes, no estamos preparados para
vivir en el confinamiento, no estamos preparados para no tocarnos, no estamos preparados para dejar de ser libres.
Es entonces
que el tiempo se vive de otra manera. Da la impresión de que todo pasa de
manera desordenada, como una película sin editar, donde las emociones se agolpan unas
tras otras.
Es más o
menos durante la primera e inicios de la segunda semana donde experimentamos un desorden a
todo nivel y es lógico porque nadie está preparado para recibir a un enemigo
invisible que no pide permiso, que no toca la puerta, que simplemente busca
entrar en los cuerpos y arrasar sobre todo con los más vulnerables.
Si no
tenemos cierta estructura de desenvolvimiento cotidiano durante el encierro, entonces
la preocupación se intensifica y el cerebro no tendrá capacidad para mantener
el equilibrio y es probable que podamos tener estados de tristeza, depresión, irritabilidad,
ansiedad, (incluso pánico).
Es aconsejable hacerse de una rutina con horarios y con actividades diversas que
permitan mantener nuestro cerebro ocupado y de paso calmar nuestras emociones.
Luego, para que funcione la convivencia entre
las personas, esta debe ser entendida como un equipo, donde es probable que
existan tensiones y conflictos, pero intentando que las mismas no se nos escapen de
las manos.
Distribuir roles y funciones, ayudar al más débil o vulnerable. Conviene además que a pesar de los espacios a
veces limitados, cada persona tenga sus propios tiempos, sus momentos y estos
sean respetados.
Y es así como
entrando a la tercera semana se experimenta una mayor capacidad de adaptación a
lo cotidiano, un mejor control de las cosas donde disminuye un poco la ansiedad
y los miedos. Pero al mismo tiempo otros miedos no dejan de estar presentes, como es el relacionado a la economía, al trabajo.
La información, el aprendizaje, la comprensión de la realidad en su exacta dimensión, permiten regular
las expectativas y una mejor adaptación y aceptación de lo que estamos
viviendo.
Mejor aun
cuando quienes nos dirigen (autoridades) proyectan confianza y responsabilidad por
la integridad de las personas.
Si se cumplen los objetivos, si todos hacemos nuestra parte
disciplinadamente, será posible cerrar un ciclo (claro, sin bajar la guardia) y
volveremos a recuperar nuestra vida, nuestra libertad.
Pero es de
esperar que experimentemos una sensación de desconfianza general. No seremos
los mismos definitivamente, tendremos que entender que muchas cosas están cambiando.
Nuestras
relaciones con los demás, nuestros vínculos emocionales basados y sostenidos en
aquellas expresiones de afecto como el apretón de manos, los abrazos, los besos,
la espontaneidad…la proximidad social seguirán por un tiempo en su propia
cuarentena.
Implica un
cambio contundente en nuestras costumbres y hábitos de toda la vida.
Difícil de aceptar,
pero es lo que toca porque este virus nos deja la desconfianza, donde las
garantías han sido debilitadas.
¿Cuánto
tiempo viviremos así?
Pues no lo sabemos
en realidad, imaginamos que al paso de los días serán meses, tal vez un año, o
un poco más, podremos restaurarnos, podremos recobrar nuestra vida,
transformados, más fuertes y más conscientes de que SOLOS NO PODEMOS SALIR ADELANTE, nos necesitamos unos a otros y además de que nO SOMOS LOS ÚNICOS HABITANTES DE ÉSTE UNIVERSO.
La vida nos exige RESPETO
ahora, mañana y siempre.
Ps. Rocxana Croce P.