Se enseña con el ejemplo
“Es abuso, cualquier comportamiento encaminado a controlar y subyugar a otro
ser humano mediante el recurso al miedo y la humillación, y valiéndose de
ataques físicos o verbales.”
Susan Forward
Susan Forward
Es una paradoja, algo incluso incongruente que las mujeres y la infancia corran los mayores riesgos donde deberían tener y sentir la mayor seguridad: en su propio hogar.
La violencia doméstica comprende cualquier acto de violencia llevado a cabo por quienes sostienen o han sostenido un vínculo afectivo, conyugal, de pareja, paterno-filial o semejante con la victima
El crecer en una familia en la que la madre es objeto de abusos es una vía importante para que el ciclo de la violencia doméstica se instele y se perpetúe. Pero existen mecanismos que rompen el ciclo del maltrato y disminuyen la proporción de hogares que sufren de violencia intrafamiliar en la siguiente generación.
Aún siendo relevante que la violencia contra las madres es trasmitida a los hijos e hijas, y sin duda es un factor predictor de victimización (tanto para ser futura víctima o victimario), también es cierto que una intervención terapéutica y un buen apoyo familiar y social, son fundamentales para el sano desarrollo de los/as menores y que los antecedentes inmediatos en la vida adulta, como adaptación a la vida cotidiana, calidad de relación de pareja, autoestima, habilidades de comunicación y de resolución de problemas, y capacidad de resistencia, desempeñan un papel más importante que los antecedentes de maltrato a la infancia.
Uno de los mitos que hay que superar, es que la Violencia de Género sólo forma parte de los conflictos de pareja pues está demostrado que el maltrato a la mujer se extiende a sus hijos/as y los afecta negativamente en su bienestar y su desarrollo con secuelas a largo plazo, llegando incluso a transmitirse a sucesivas generaciones.
Uno de los mitos que hay que superar, es que la Violencia de Género sólo forma parte de los conflictos de pareja pues está demostrado que el maltrato a la mujer se extiende a sus hijos/as y los afecta negativamente en su bienestar y su desarrollo con secuelas a largo plazo, llegando incluso a transmitirse a sucesivas generaciones.
El estrés de la mujer víctima se transmite a los hijos que también lo padecen y se llegan a estados de apego en los menosres con síntomas emocionales (irritabilidad, trastornos afectivos como depresiones) y comportamentales (agresividad, rebeldía, etc.).
Se altera peligrosamente el proceso vincular, se evidencia tensión creciente en las relaciones madre/hijo, lo que sin duda repercute negativamente en el estado emocional de ambos.
Felízmente no todas las mujeres reaccionan igual, y la toma de conciencia de que el maltrato que ellas sufren le está afectando a sus hijos y a ellas mismas, les da fuerza para romper el círculo en el que se ven inmersas.
No es una cuestión fácil. Se necesita ayuda para evitar esta forma de maltrato y la intervención además de las instiruciones correspondientes con programas de prevención y asistencia a las víctimas.
R.C