Las discusiones muchas veces son inevitables ya sea por la necesidad de expresar lo que sentimos o queremos, también por aclarar algo. Tratar las
discrepancias nos lleva muchas veces a estar inmersos en discusiones donde incluso podemos enfrascamos en querer
tener la razón y termina afectando la relación entre las personas
involucradas. Si nos centramos en las discusiones mismas (no debates, por
ejemplo), ya sea en el ámbito familiar, social o laboral, resultan peligrosas porque dañan la relación.
En una discusión observamos que cuanto más tratamos de
tener razón, más impulsamos al otro a
ponerse a la defensiva y a dejar de escucharnos; con el consiguiente desgaste
emocional y físico y donde incluso, no se llega a un entendimiento.
Para evitar una discusión es necesario dejar de hacer
monólogos, evitar los individualismos y más bien tener una escucha activa, saber escuchar
porque la otra persona puede opinar
diferente, o tener criterios generales
distintos; es recomendable (en medio de
la discusión) preguntar para aclarar; por ejemplo: ¿A qué te
refieres con …?
Y cuando
la situación se vuelve acalorada y ya no sabemos ni lo que decimos, es mejor
practicar el autocontrol, procurando
mantener el equilibrio emocional, incluso se puede dejar la
discusión para otro momento.
Resulta adecuado y catalizador, ensayar escribir una carta dirigida a la
persona involucrada, contándole cómo vemos la situación y cómo nos sentimos. Observaremos
conforme avanzamos en el relato que al principio nos sentimos afectados e
incluso dolidos, pero conforme escribimos, vamos viendo la situación desde
ambas perspectivas (incluso podemos ponernos en el lugar del otro en algún
momento).
Ps. Rocxana Croce.
“Una discusión prolongada es un laberinto en el que la verdad se
pierde siempre”. Lucio Séneca.